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Dióxido de azufre (SO2)

El dióxido de azufre es un gas incoloro de olor penetrante. En altas concentraciones, es muy nocivo para los seres humanos, la flora y la fauna. Sin embargo, afortunadamente, las emisiones de dióxido de azufre siguen disminuyendo.

El dióxido de azufre se libera al quemar combustibles fósiles como el petróleo y el carbón. Tiene un efecto irritante sobre las mucosas y, por tanto, puede ser la causa de problemas oculares y respiratorios. Además, contribuye a la formación de partículas. El valor límite de dióxido de azufre es de 350 microgramos por metro cúbico de aire y hora. Este valor no puede superarse más de 24 veces al año. El valor diario de 125 microgramos por metro cúbico de aire no puede superarse más de tres veces al año.

Sin embargo, las concentraciones de dióxido de azufre en Alemania han descendido hasta tal punto que se cumplen los valores límite y esta sustancia apenas supone una amenaza para la salud humana en este país. Sin embargo, el dióxido de azufre intervino en la acidificación del suelo. Con la disminución registrada desde principios de los años noventa, ahora es el nitrógeno el principal responsable.

Hoy en día, es sobre todo el tráfico marítimo el que emite la mayor proporción de dióxido de azufre. Para los buques que navegan por el Mar del Norte y el Mar Báltico, el valor límite de azufre en el combustible en algunas zonas costeras es de sólo el 0,1%. En otras zonas de estas aguas, el límite es algo mayor, concretamente del 0,5 por ciento.  Sin embargo, los buques que no pueden cumplir estos valores tienen la opción de limpiar sus gases de escape y depurar el dióxido de azufre. La llamada desulfuración de los gases de escape también se lleva a cabo a gran escala.

Un estudio de la organización no gubernamental Transport & Environment muestra cuán grande es la proporción de emisiones de azufre procedentes del transporte marítimo: en 2017, solo los cruceros de la naviera Carnival emitieron tanto dióxido de azufre como los 260 millones de automóviles de Europa juntos. Esto supone un problema especial en los grandes puertos, ya que el dióxido de azufre favorece la formación de partículas. A ello se añade la condensación del aire, estimulada por el dióxido de azufre y el óxido de nitrógeno. Esto favorece la formación de nubes y dificulta la eliminación de contaminantes de los puertos. Por ello, no es de extrañar que la introducción de zonas de bajas emisiones en las zonas portuarias sea sólo cuestión de tiempo para muchos.